Tomomi es una chica japonesa encantadora que ha pasado gran parte de su corta vida viajando. Hizo un largo viaje a través de la antigua ruta de la seda, desde Shanghai, China hasta Oporto, Portugal. Recorrió también gran parte de América, desde Estados Unidos, hasta el Cono Sur, pasando por México, Bolivia, Brasil, Ecuador, y un largo etcétera. Además de su lengua natal, habla inglés a la perfección y un poquito de Español.
Después de recorrer el mundo durante sabe dios cuanto tiempo, en Mayo de 2015 abrió el Tsumugiya Guest House. Estuvo 6 meses rehabilitando una antigua casa típica japonesa, con ayuda de sus amigos, familiares, gato y de León, un chico de Singapur con el que hizo muy buena amistad durante sus viajes por el mundo.
La casa es hermosa, y el cariño que Tomomi y León han puesto en su rehabilitación se hace sentir. La madera crujiente, los letreros pintados a mano, la terracita en el segundo piso, las habitaciones con tatami... fue una acogedora experiencia tan solo entrar.
Encontramos el guest house casi por accidente a través de Booking.com. Era de las pocas habitaciones baratas que quedaban en la ciudad, pues como más tarde descubriríamos, comenzaba la "semana de plata", donde muchos japoneses tienen días de descanso que coinciden con la entrada del Otoño y la cosecha de los campos de arroz.
Cuando llegamos estábamos empapados por la lluvia. Nos sacamos los impermeables y los zapatos y entramos con cautela en este santuario del viajero. Tomomi se presentó, nos ofreció té y unas galletitas de arroz típicas de Ise. Pagamos la noche, nos duchamos y fuimos a buscar algo de comer. Con ayuda de un bonito mapa hecho a mano por Tomomi, que se distribuye libremente en el hostal, dimos con un restaurante de fideos Udon típicos de Ise. El mapita incluía direcciones de muchos lugares por toda la ciudad, cuidando que fueran cosas tradicionales, como el Sento (baño público) con agua de mar traída del Meotoiwa.
De vuelta en el hostal, tuvimos oportunidad de hablar más con Tomomi y otros huéspedes. Fue entonces que nos enteramos del nuevo tifón, el tercero desde que llegamos. Nos siguen diciendo que no es normal tanto tifón, ni siquiera para las fechas. Revisamos la previsión meteorológica de la semana y decidimos quedarnos otro día en Ise, con la esperanza de poder visitar sus templos y atracciones aunque fuera bajo la lluvia, y probar más delicias culinarias, que había muchas! El siguiente destino sería Iga, enclavado en la montaña. Nadie quiere subir montañas bajo la lluvia.
Nuestra habitación era amplia, con una ventana de madera corrediza que daba al jardín interior de la finca, que incluía la casa hostal y otras dos o tres casas antiguas. El suelo era de tatami, y por camas tenía 2 futones. Era perfecta.
Al día siguiente probamos de ir a visitar los templos y parques de Ise, pero la lluvia era constante e intensa. Gotas pequeñas pero tupidas. Traje de baño, chanclas de playa, encima pantalon y chaqueta impermeable, encima el poncho. Recordaba nuestros primeros días en Tokyo. Aun asi, la lluvia penetraba. Y depués de un rato, la moral bajó bastante. Las calles antiguas, los ríos y los templos eran preciosos. Pero empapados y con frío, no se pueden disfrutar igual. Decidimos volver al hostal, nuestro refugio calientito! Cambio de ropa, ducha caliente, y salimos a buscar algo de comer paraguas en mano. Como lo marca la internacionalísima Ley de Murphy: entonces bajó un poco la lluvia!
Caminamos entre callejones con estas casas de madera tan bonitas. Algunos rincones viejos que parecen estar a punto de venirse a bajo. Incluso pasadizos comerciales que se ve no han renovado desde hace por lo menos 20 años, y los cableados eléctricos... eran todos fondos de animé pintados a mano. La belleza en la cotidianeidad y caos urbano.
Dimos con una casa con las puertas abiertas, donde su dueño nos invitó a pasar. Resultó ser una especie de museo en construcción, dedicado a los trenes de la zona de Mie. Había fotos antiguas de estaciones de tren por las que pasamos en bici, y varias maquetas hechas a mano por nuestro hospitalario nuevo amigo. Cuando su pequeño museo esté terminado, espero volver a visitarlo. Antes de irnos, nos regaló unos pastelillos de arroz típicos de la zona y un platito antiguo para beber sake.
Pasamos por un supermercado a comprar la cena. Tenían una sección de alimentos recién preparados, fritos, horneado, frescos, sushi... y nos llevamos bastantes para degustar en el hostal. La feroz hambre del viajero ciclista ya estaba atacando con todas sus fuerzas!
Esa noche hicimos recuento de los días que nos quedaban y las posibles rutas que podíamos hacer. Fue bastante triste descubrir que no podríamos hacer todo el viaje que habíamos planeado.
Dormimos plácidamente y habría sido de un solo tirón, si no
hubiera sido por una sonora alarma, una sirena y una voz femenina que
pregonaba algún tipo de emergencia ininteligible para nosotros.
Pensamos que quizás era una alarma sísmica o algo por el estilo. Estuvo
sonando mucho rato y varias veces! Pero pensamos "si hubiera que evacuar o algo, ya nos avisará Tomomi" y nos dormimos de nuevo. A la mañana siguiente, nos explicó que era la alarma de Tsunami. Genial! En menos de 3 semanas llevábamos ya 3 tifones, un sismo y una alarma de tsunami. El terremoto que había sacudido a Chile hacía unos días era el responsable de la alarma. El tsunami no trascendió, al menos no en esta zona.
A media mañana aun llovía un poco pero al poco rato se despejó y el sol brillaba con fuerza, iluminando nuestro camino hacia Iga. Nos despedimos de Tomomi, y nuestro nuevo colega Guillherme, estudiante brazileño de Erasmus en Yokohama que vacacionaba en Ise, y continuamos nuestro viaje sobre ruedas...
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